El brillo de la escarcha sobre la hierba verde, las ramas despobladas de los nogales y la nieve poblando las montañas nos recuerda que es invierno en Nerpio. Pero no es éste un invierno al uso. Se trata de una estación mágica en estas tierras y lo es porque el aire que inunda las calles durante esos meses, no sabe a gelidez, ni huele a humedad y ni suena a nostalgia.

El invierno en Nerpio sabe a manos curtidas en el arte de los guisos consistentes, que han pasado de generación a generación, pero que han sabido guardar el secreto que ha hecho de la gastronomía de esta tierra un reclamo. Ollas de alubias, de trigo…, cocidos, migas, caldos valientes, caldos de patatas… se dan la mano con dulces tradicionales como los buñuelos, los suspiros o los francesillos. Todo ello regado con orujos, vinos de nuez, mistela o zurracapote. Productos que han alimentado los paladares más exigentes, los de las mujeres y hombres que han sacado adelante este pueblo. Los mismos sabores que hoy atraen a propios y extraños a nuestros restaurantes.

El invierno en Nerpio huele a lumbre y a estufa. A leña chispeante y a trasnochadas al son de historias interminables. Durante la noche, el humo escapando a prisa por las chimeneas, saltando de tejado en tejado, dibuja un paisaje que enmudece a los visitantes y tiene atrapado a los vecinos de este pequeño pueblo.

El invierno en Nerpio suena a agua alegre y feroz. Las fuentes vigilan muchas de las calles y acompañan con su soniquete el devenir de los transeúntes. También se escuchan ecos de guitarras, laudes y mandurrias, viejos animeros y sonados aguinaldos. Aunque entusiasma, como pocos, el canta de la pajaritas de la nieve anunciando ese nostálgico manto blanco.

Nerpio en invierno es Nerpio en estado puro, tan cálido por dentro como frío por fuera.